jueves, 4 de noviembre de 2010

Narciso


era un joven conocido por su gran belleza. Acerca de su mito perduran varias versiones, entre las que se cuenta la de Ovidio, que fue el primero en combinar las historias de Eco y Narciso, y relacionarlas con la anterior historia del vidente-ciego Tiresias.

Según esta última, tanto doncellas como muchachos se enamoraban de Narciso a causa de su hermosura, mas él rechazaba sus insinuaciones. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco, quien había disgustado a Hera y por ello ésta le había condenado a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Eco fue, por tanto, incapaz de hablarle a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, acabó apartándose de sus compañeros. Cuando él preguntó «¿Hay alguien aquí?», Eco contenta respondió: «Aquí, aquí». Incapaz de verla oculta entre los árboles, Narciso le gritó: «¡Ven!». Después de responder: «Ven, ven», Eco salió de entre los árboles con los brazos abiertos. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que sólo quedó su voz. Para castigar a Narciso, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. En el sitio donde su cuerpo había caído, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.




Crece el insano ardor, crece el engaño
del que en las aguas vio su imagen bella;
y él, sola causa en su mortal querella,
busca el remedio y acrecienta el daño.

Vuelve a verse en la fuente ¡caso extraño!:
del'agua sale el fuego; mas en ella
templarlo piensa, y la enemiga estrella
sus ojos cierra al fácil desengaño.

Fallecieron las fuerzas y el sentido
al ciego amante amado, que a su suerte
la costosa beldad cayó rendida.

Y ahora, en flor purpúrea convertido,
l'agua, que fue principio de su muerte,
hace que crezca, y prueba a darle vida




Persefone

Perséfone es hija de Zeus y Deméter (hija de Cronos y Rea, hermana de Zeus, y diosa de la fertilidad y el trigo). Su tío Hades (hermano de Zeus y dios de los Infiernos), se enamoró de ella y un día la raptó.

La joven se encontraba recogiendo flores en compañía de sus amigas las ninfas y hermanas de padre, Atenea y Artemisa (ver artículo), y en el momento en que va a tomar un lirio, (según otras versiones un narciso), la tierra se abre y por la grieta Hades la toma y se la lleva.

De esta manera, Perséfone se convirtió en la diosa de los Infiernos. Aparentemente, el rapto se realizó con la cómplice ayuda de Zeus, pero en la ausencia de Deméter, por lo que ésta inició unos largos y tristes viajes en busca de su adorada hija, durante los cuales la tierra se volvió estéril.

Al tiempo, Zeus se arrepintió y ordenó a Hades que devolviera a Perséfone, pero esto ya no era posible pues la muchacha había comido un grano de granada, mientras estuvo en el Infierno, no se sabe si por voluntad propia o tentada por Hades. El problema era que un bocado de cualquier producto del Tártaro implicaba quedar encadenado a él para siempre.

Para suavizar la situación, Zeus dispuso que Perséfone pasara parte del año en los confines de la Tierra, junto a Hades, y la otra parte sobre la tierra con su madre, mientras Deméter prometiera cumplir su función germinadora y volviera al Olimpo.

Perséfone es conocida como Proserpina por los latinos.

La leyenda cuenta que el origen de la Primavera radica precisamente en este rapto, pues cuando Perséfone es llevada a los Infiernos, las flores se entristecieron y murieron, pero cuando regresa, las flores renacen por la alegría que les causa el retorno de la joven. Como la presencia de Perséfone en la tierra se vuelve cíclica, así el nacimiento de las flores también lo hace.

Por otra parte, durante el tiempo en que Perséfone se mantiene alejada de su madre, Deméter y confinada a el Tártaro, o mundo subterráneo, como la esposa de Hades, la tierra se vuelve estéril y sobreviene la triste estación del Invierno.

Sisifo


hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, y así indefinidamente.

Camus desarrolla la idea del "hombre absurdo", o con una "sensibilidad absurda". Es aquél que se muestra perpetuamente consciente de la completa inutilidad de su vida. Ésta, afirma, es la única alternativa aceptable al injustificable salto de fe que constituye la base de todas las religiones (e incluso del existencialismo, que por tanto Camus no aceptaba completamente). Aprovechándose de numerosas fuentes filosóficas y literarias, y particularmente de Dostoievski, Camus describe el progreso histórico de la conciencia del absurdo y concluye que Sísifo es el héroe absurdo definitivo.

En su ensayo, Camus afirma que Sísifo experimenta la libertad durante un breve instante, cuando ha terminado de empujar el peñasco y aún no tiene que comenzar de nuevo abajo. En ese punto, Camus sentía que Sísifo, a pesar de ser ciego, sabía que las vistas del paisaje estaban ahí y debía haberlo encontrado edificante: "Uno debe imaginar feliz a Sísifo", declara, por lo que aparentemente lo salva de su destino suicida.

La obra se cierra con un apéndice sobre la obra de Franz Kafka, interpretada finalmente de manera similar, en términos de un esteticismo, a su modo, esperanzador.


aciturna está la noche,
y yo Rimbaud medio embriagado,
desde la orilla de este río menguante,
quisiera crucificarme sempiterno
en tus profundas entrañas de amapola.

Mientras la tenue luna
siga sembrando versos
de aroma a escarcha,
y el vino
no deje de fluir
por mis venas
transidas de dolor...

Sementará la aurora
tierno nogal de Belleza
en tu pecho abierto
de enhiesta pasión bruñida.

Se acuñaran pantagruélicos rosales
de hermosa vida impura
sobre mi errante bohemia
de incansable camino.

...y ascenderán febriles nuestros cuerpos
gimiendo Universo agradecido.
Inhalaremos la esencia profana
de la Diosa Afrodita...

...y colmados de Placer
caeremos sucumbidos
en el dulce regazo de la muerte.

Diana dios con Acteón


La diosa Ártemis-Diana es la protectora de la caza, su actividad habitual. En este cometido recorría bosques y montes acompañada de su séquito de ninfas. Cuando estaban cansadas y sudorosas tras el ejercicio solían descansar en las orillas de remansos de los ríos o fuentes rumorosas y aprovechaban para tomar un baño. Las diosas eran muy celosas de su intimidad y no podían ser vistas en su desnudez por ningún mortal so pena de arrostrar el castigo correspondiente.

Esto le ocurrió a Acteón, un joven de la familia real de Tebas, educado por el centauro Quirón, que practicando un día en el monte Citerón su actividad favorita, la caza, encaminó involuntariamente sus pasos hasta el lugar donde la diosa y sus ninfas tomaban un baño. El joven no se retiró sino que se quedó contemplando la escena con sus mortales ojos, extasiado ante la visión de la belleza de la diosa.

Ártemis, irritada al sentirse observada, lo castiga duramente: lo convierte en un ciervo y excita contra él a los perros que integraban su jauría. Acteón conserva su consciencia humana e intenta hablar con los perros que no lo reconocen y se abalanzan sobre él, desoyendo los sonidos lastimeros que el ciervo emitía en su deseo de que lo reconocieran. Luego buscan desesperados a su amo por todo el bosque hasta llegar a la cueva donde habitaba Quirón quien, para consolarlos, modeló una estatua a imagen de Acteón y se la mostró.



Era un murmullo el bosque, era la brisa leve caricia en vuelo que no acaba; eran besos las flechas en la aljaba suspendida del hombro de Artemisa. Virginal cazadora que improvisa senderos, sobrepuja cada traba, se cierra al hombre a pasador y aldaba, y donde nadie ha caminado, pisa. Quien desnuda la vio, sufrió la suerte del ciervo, el oso, el jabalí: La muerte al impacto de su arma arrojadiza. Quien amarla intentó, logró el rechazo. Ésta no era la diosa del abrazo, sino del pulso que se independiza.

Cupido



su propia madre, Venus, se sorprendió cuando vio que pasaba el tiempo y la criatura no crecía como era de desear. Así que fue hasta el oráculo de Temis para consultarle su problema, y éste le contestó: "El Amor no puede crecer sin Pasión".

Lo cierto es que Venus no acabó de entender esa respuesta... Hasta que nació su hijo Anteros, el dios de la pasión. Cuando estaba junto a él, Cupido crecía hasta convertirse en un apuesto joven; pero cuando se separaban, el dios del amor volvía a su forma infantil y seguía con sus travesuras.

Cupido no sólo hacía nacer el amor en los demás, sino que también él lo experimentó en sus propias carnes. Por aquel entonces vivía en la Tierra una princesa llamada Psique, a la que Venus envidiaba por su gran belleza. Celosa, la diosa decidió acabar con la joven y ordenó a Cupido que se encargara del asunto. Pero su hijo, al verla, se enamoró de Psique y no cumplió con su cometido. Más bien al contrario: se casó con ella.

Como mortal, Psique tenía prohibido mirar a Cupido, y respetó esa norma hasta que un día, incitada por sus hermanas, no resistió más y le echó el ojo a su marido. Eso le valió el castigo de ser abandonada: desde entonces, Psique recorrió el mundo en busca de su amado superando los obstáculos que le ponían los dioses. Finalmente, los del Olimpo se compadecieron de ella, la hicieron inmortal y le permitieron volver a reunirse con Cupido.


A tu divina frente ¡oh poderoso
Niño! una venda con trabajo y arte
tejí de oro y colores, donde parte
retraté de tu triunfo glorioso.

En ella se ve atado al victorioso
carro el gran Febo, que la luz reparte,
preso Mercurio, encadenado Marte,
y Vulcano con muestras de celoso.

No se pudo librar con las reales
insignias Jove; mal pudiera Psique
resistir, si a éstos rinde tu fiereza.

Agravan mi prisión mayores males,
pues es fuerza que a un niño sacrifique
mi firme amor, y a un ciego mi belleza.

Faeton




Faetón alardeaba con sus amigos de que su padre era el dios-sol. Éstos se resistían a creerlo y Faetón terminó acudiendo a su padre Helios, quien juró por el río Estigia darle lo que pidiera. Faetón quiso conducir su carruaje (el sol) un día. Aunque Helios intentó disuadirle, Faetón se mantuvo inflexible. Cuando llegó el día, Faetón se dejó llevar por el pánico y perdió el control de los caballos blancos que tiraban del carro. Primero giró demasiado alto, de forma que la tierra se enfrió. Luego bajó demasiado, y la vegetación se secó y ardió. Faetón convirtió accidentalmente en desierto la mayor parte de África, quemando la piel de los etíopes hasta volverla negra. Finalmente, Zeus fue obligado a intervenir golpeando el carro desbocado con un rayo para pararlo, y Faetón se ahogó en el río Erídano (Po). Su amigo Cicno se apenó tanto que los dioses lo convirtieron en cisne. Sus hermanas, las helíades, también se apenaron y fueron transformadas en alisos o álamos, según Virgilio, convirtiéndose sus lágrimas en ámbar.

La moraleja de la historia es un añadido posterior. En las primeras referencias homéricas Faetón es simplemente otro nombre del propio Helios. La sustitución de éste por Apolo como dios-sol sucedió más tarde que esta leyenda.

Se conservan fragmentos de la tragedia de Eurípides sobre este mito, Phaethon. Al reconstruir la obra perdida y discutir los fragmentos, James Diggle ha cuestionado el tratamiento del mito de Faetón.

El tema de la estrella caída debe haber sido familiar en Israel, pues Isaías se refiere a él cuando amonesta al rey de Babilonia por su orgullo. La Enciclopedia Judía cuenta que «es obvio que el profeta, al atribuir al rey babilonio un exceso de orgullo, seguido de su caída, tomó la idea prestada de una leyenda popular relacionada con la estrella de la mañana». La imagen de la estrella caída reaparece sin nombre en el Apocalipsis de Juan. En el siglo IV Jerónimo tradujo ‘estrella de la mañana’ por «Lucifer», llevando el elemento mítico de la estrella caída a la mitología cristiana.


udo quitarte el nuevo atrevimiento,
bello hijo del Sol, la dulce vida;
la memoria no pudo, qu'extendida
dejó la fama de tan alto intento.

Glorioso aunque infelice pensamiento
desculpó la carrera mal regida;
y del paterno carro la caída
subió tu nombre a más ilustre asiento.

En tal demanda al mundo aseguraste
que de Apolo eras hijo, pues pudiste
alcanzar dél la empresa a que aspiraste.

Término ponga a su lamento triste
Climente, si la gloria ganaste
excede al bien que por osar perdiste

Prometeo

Prometeo

uenta que cuando todos los seres inferiores fueron creados, Zeus pidió a Prometeo y a su hermano Epimeteo, que distribuyeran las facultades y dones de todas las criaturas. Epimeteo decidió realizar él mismo la distribución de facultades, y le pidió a su hermano, que la supervisara una vez hubiera terminado, y Prometeo aceptó.

Así pues, Epimeteo fue dando facultades a todas las criaturas, intentando evitar que alguna pudiera ser exterminada. De este modo, a algunos les confirió fuerza y fiereza, mientras que a los más débiles, les proporcionaba alas o velocidad, de modo que pudieran evadirse al ser atacados. También puso gran cuidado en que todas las especies pudieran sobrevivir a las estaciones de Zeus, dándoles pieles gruesas a unos, cascos en los pies a otros, siempre de un modo lo más equitativo y justo posible.

Sin embargo, tanto esmero puso Epimeteo en las demás especies, que pronto agotó todas las facultades, y el hombre quedó desnudo y desprotegido. Cuando Prometeo supervisó la distribución, cayó en la cuenta, que los dioses no aceptarían una criatura tan desprovista como el hombre, y que además sería fácilmente exterminada por las demás especies. Por tanto, se dirigió a la forja de Hefesto, y le robó el fuego, así como sus artes y las de Atenea, y se las entregó al hombre como regalo, convirtiéndolo así en la más inteligente y preparada de las criaturas.

Al ver esto Zeus, encolerizado, castigó a Prometeo, y ordenó que fuera encadenado en lo más alto del Caúcaso. Allí, todos los días un gran aguila descendería para atacarle y comerse su hígado. Mas como era un inmortal, su hígado se regeneraría de nuevo al día siguiente, para que nuevamente el águila lo devorase.

Larga fue la agonía de Prometeo, desde entonces considerado amigo del hombre, hasta que un día Heracles, en uno de sus viajes, se compadeció, y decidió liberarle.

Por suerte para Prometeo, Zeus tomó en buena consideración este acto, ya que Heracles era su hijo, y este acto de compasión le engrandecía. Así fue como Prometeo logró evitar su castigo, aunque fue obligado a llevar como recuerdo, un anillo con un fragmento de la piedra a la que estuvo encadenado.


En el barro esculpí a la Humanidad
Dándole al primer hombre su existencia,
Y logré asegurar su preeminencia
En un mundo de fiera hostilidad.

Rompí las reglas por necesidad

(todo es común en caso de emergencia),
y acepté, aún siendo injusta, la sentencia
que hirió mi cuerpo, no mi dignidad.